Se compró unos zapatos, así, al pasar, vio de re ojo el precio y se regresó presto,¡¡Ése precio!! No podía despreciarse, sobre todo porque ahí, precisamente, veía unos zapatos de enorme tacón, así, con todas las características de los que le gustan, tacón alto, plataforma, un huequito en medio del tacón, piel, madera, noo, ideales, sin el agravante de un precio alto : veinte pesos, algo así como :ándale, llévatelos de aquí y por no decir regalados, te cuestan veinte pesos. Ya he usado yo esa técnica para deshacerme de algo que ya no quiero. Ah, usados no son, son nuevos.
Ni se los probó, si eran ideales; ya en casa cuando tuvo un espacio en el tiempo, se los llevó a su recámara a probárselos. Se masajeo los pies, miró por primera vez los zapatos a detalle, si, le gustaban, claro que si y le quedaban, bien grande decía ahí su número, era su talla.
Se puso el zapato izquierdo...bueno, intentó ponérselo, porque las correas se negaban a llegar hasta su sitio arriba del talón. Jalones, tirones, crema, un calzador y ajum y jum pero los zapatos entraron; el pie, rezumando vaselina pero se los puso.
Se le veían muy bien, unos pequeños dolorcitos por aquí y por allá, pero, quizá usándolos, se creciera la piel del calzado. Ay ay y ay, como marcan las correas, como aprieta el dedito, como comprime el pie por el talón.
Pero era la mejor oferta de su vida.
Se los pondrá todos los días, para hacer que llegue el tal, que le queden suavecitos y sin oprimir, no eran tiempos, para despreciar semejante regalo.
Si hubiesen estado marcados al precio verdadero, entonces diría que no le quedan que la matan que le duelen, pero una oferta, es una oferta. ¡Ay!
No hay comentarios:
Publicar un comentario