miércoles, 4 de abril de 2012

ATESORADO.

Vestido largo de organza, peinado creado especialmente para el día, perlitas en el vestido, florecitas en el cabello. Guantes, porque estaban de moda, zapatillita blanca  de tacón muñeca y a pesar de los pesares, sonrisas  porque se celebraba la " misa de acción de gracias" que obligaba la etiqueta religioso social para el caso.
Pero ella, la nena de la generación escolar, la no señorita todavía, tuvo un encuentro inesperado. De pronto, en medio del bullicio del grupo antes de ingresar al templo, se encontró con un  "admirador".
Un niño, plantado frente a ella, aislado del mundo y del ruido, contemplándola sin decir nada.
Esa inmovilidad, el mensaje energético que le enviaba, la luz de sus ojos diciendo su admiración, su presencia misma, vamos, la hizo percatarse de el y mirarlo con sorpresa, mucha sorpresa al leer su rostro, su lenguaje mudo.
Admiración, ¿ a ella? Claro, ella se sentía hermosa, bella , niña, pero, ¿ el la veía así? Parecía mirar a una estrella, parecía feliz de ver tan de cerca a un ser amado.
Mujer y vanidad actuaron, dio un giro e " ignoró" a ese niño, después de percatarse de su presencia y su mirada,  rompió el contacto, no llegó a establecerse ese puente visual entre los dos pues en el segundo por ella concedido para mirarlo, el observaba su rostro entero.
Pero, cincuenta años después, todavía lo recuerda. Todavía recuerda el amor asomado a unos ojos limpios e inocentes, la admiración sin disimulo y sin explicación.
¿ Quien era? no lo supo nunca. Pero ahí esta en su recuerdo.

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